Las 28 creencias fundamentales del Adventismo
Las Santas Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamento son la Palabra escrita de Dios, dadas a los hombres santos por divina inspiración de Dios quienes hablaron y escribieron así como fueron movidos por el Espíritu Santo. En Su Palabra Dios ha entregado al hombre el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras son la infalible revelación de Su voluntad. Ellas son el estandarte de su carácter, la prueba de experiencia, la revelación autorizada de las doctrinas, y una confiable anotación de los hechos de Dios en la historia.
Vea las siguientes referencias:
Hay un solo Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo, una unidad de tres Personas coexistiendo por la eternidad. Dios es inmortal, todo poderoso, conocedor de todo, superior a todo, y omnipresente. Él es infinito y más allá de la comprensión humana, pero conocido por Su auto revelación. Él es siempre digno de alabanza, adoración, y servicio por toda la creación.
Dios el eterno Padre es el Creador, la Fuente, el Sustentador, y el Soberano de toda la creación. Él es justo y santo, misericordioso y piadoso, lento con la ira, y abundante en constante amor y fidelidad. Las cualidades y los poderes exhibidos en el Hijo y el Espíritu Santo también son revelaciones del Padre.
Dios el eterno Hijo fue encarnado en Cristo Jesús. Por Él todas las cosas fueron creadas, el carácter de Dios es revelado, la salvación de la humanidad es realizada, y el mundo es juzgado. Siempre Dios verdadero, Él se convirtió verdaderamente hombre, Jesús el Cristo. Fue concebido del Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Él vivió y experimentó la tentación como todo ser humano pero ejemplificando perfectamente la rectitud y el amor de Dios. Por sus milagros Él manifestó el poder de Dios y fue demostrado como el Mesías prometido de Dios. Él sufrió y murió voluntariamente en la cruz por nuestros pecados y en nuestro lugar. Él volverá de nuevo en gloria para la última liberación de su pueblo y la restauración de todas las cosas.
Dios, el eterno Espíritu fue activo con el Padre e Hijo en la creación, la encarnación, y la redención. Él inspiró a los escritores de las Escrituras. Él lleno la vida de Cristo con poder. Él llama y convence al ser humano y aquellos que responden, Él los renueva y transforma en la imagen de Dios. Enviado por Dios y el Hijo para estar siempre con sus hijos, Él extiende dones espirituales a la iglesia, capacitándola para ser testigo de Cristo, y en armonía con las Escrituras la lleva a toda verdad.
Dios es Creador de todas las cosas, y ha revelado en la Escritura el relato auténtico de Su actividad creativa. En seis días el Señor hizo los cielos y la tierra y a todo ser viviente sobre la tierra, y descansó el séptimo día de esa primera semana. Él de tal manera estableció el Sábado como perpetuo conmemorativo de Su obra creativa completada. El primer hombre y mujer fueron hechos a la imagen de Dios como la obra coronante de la Creación, se les dio dominio sobre la tierra, y la responsabilidad de cuidarla. Cuando el mundo fue acabado era muy bueno declarando la gloria de Dios.
El hombre y la mujer fueron hechos a la imagen de Dios con individualidad, el poder y la libertad de pensar y actuar. Aunque creados seres libres, cada uno es una unidad inseparable del cuerpo, la mente, y el alma, dependiendo de Dios para la vida, el aliento y toda otra cosa. Cuando nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, ellos negaron su dependencia de Él y cayeron de su alta posición que ocupaban delante de Dios. La imagen de Dios en ellos fue desfigurada y ellos fueron sujetos a la muerte.
Su descendencia sufre también de su naturaleza caída y de sus consecuencias. Ellos son nacidos con debilidades y con tendencias al mal. Pero Dios en Cristo reconcilia al mundo a Él mismo y por medio de Su Espíritu restaura en los penitentes mortales la imagen de su Creador. Creados para la gloria de Dios, ellos son llamados a amarle a Él y a unos a otros cuidando también de su ambiente.
Toda la humanidad esta envuelta hoy en el gran conflicto entre Cristo y Satanás respecto al carácter de Dios, Su ley, y Su soberanía sobre el universo. Este conflicto tuvo origen en el cielo cuando un ser creado, dotado con libre albedrío, en exaltación propia se convirtió en Satanás, el adversario de Dios y condujo a una porción de los ángeles a la rebelión. Él introdujo el espíritu de rebelión en este mundo cuando llevo a Adán y a Eva al pecado. Esta transgresión humana resulto en la desfiguración de la imagen de Dios en la humanidad, en el desorden en el mundo creado, y en su devastación eventual como en la instancia del diluvio mundial. Observado por toda la demás creación, este mundo se volvió en el tribunal del conflicto universal, del cual el amor de Dios será últimamente vindicado. Para asistir a Su pueblo en este conflicto Cristo envía al Espíritu Santo y a sus fieles ángeles para guiar, proteger, y sostener a los suyos en el camino a la salvación.
En la vida de Cristo de perfecta obediencia a la voluntad de Dios, en Su sufrimiento, muerte, y resurrección, Dios proveyó la única manera de expiación para el pecado humano. De manera que todos aquellos que aceptaran este sacrificio tuvieran vida eterna, y la creación entera entendiera mejor el infinito y santo amor del Creador. Esta expiación perfecta vindica la virtuosidad de la ley de Dios y la misericordia de su carácter de manera que aunque condena nuestros pecados provee para nuestro perdón. La muerte de Cristo es sustitutiva y expiatoria, reconciliadora y transformadora. La resurrección de Cristo proclama el triunfo de Dios sobre las fuerzas del mal y para aquellos quienes aceptan su expiación les asegura victoria final sobre el pecado y la muerte. Esto declara el señorío de Cristo Jesús ante el cual toda rodilla del cielo y la tierra se doblará.
En infinito amor y misericordia Dios dejo que Cristo quien no conoció pecado, llevara pecado por nosotros para que en Él pudiéramos ser hechos rectos ante Dios. Guiados por el Espíritu Santo sentimos nuestra necesidad, reconocemos nuestra manera pecaminosa, nos arrepentimos de nuestras transgresiones, y ejercemos fe en Jesús como Señor y Cristo, como sustituto y ejemplo. Esta fe la cual recibe salvación viene por medio del poder divino del Verbo y recibe el don de la gracia de Dios. Por medio de Cristo somos justificados, adoptados como hijos e hijas de Dios y librados del dominio del pecado.
Por medio del Espíritu nacemos de nuevo y somos santificados. El Espíritu renueva nuestras mentes, escribiendo la ley de Dios en nuestros corazones y nos da poder para vivir una vida santa. Permaneciendo en Él somos hechos partícipes de la naturaleza divina, y tenemos la seguridad de la salvación hoy y en el juicio final.
Por su muerte en la cruz Jesús triunfó sobre las fuerzas del mal. El que subyugó a los espíritus demoníacos durante su ministerio terrenal ha quebrantado su poder y se aseguró su destino final. la victoria de Jesús nos da victoria sobre las fuerzas del mal que aún tratan de controlarnos, mientras caminamos con Él en paz, alegría y testimonio de su amor. Pero el Espíritu Santo mora en nosotros y nos da poder. Continuamente comprometidos con Jesús como nuestro Salvador y Señor, somos liberados de la carga de nuestros actos pasados. Ya no vivimos en la oscuridad, el miedo de los poderes del mal, la ignorancia y falta de sentido de nuestro antiguo modo de vida. En esta nueva libertad en Jesús, estamos llamados a crecer en la semejanza de su carácter, en comunión con Él diariamente en oración, alimentándonos de Su Palabra, meditando en ella y en su providencia, cantando sus alabanzas, reuniendo para la adoración, y participando en la misión de la Iglesia. A medida que nos dan en el servicio amoroso a los que nos rodean y en el testimonio de Su salvación, Su presencia constante con nosotros a través del Espíritu transforma cada momento y en cada tarea en una experiencia espiritual.
La iglesia es la comunidad de creyentes que confiesa a Cristo Jesús como Señor y Salvador. Así como el pueblo de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento somos llamados a salir del mundo. Nos reunimos para alabar, el compañerismo, la instrucción en la Palabra, celebrar la Cena del Señor, el servicio a la humanidad, y la proclamación mundial del evangelio. La iglesia recibe su autoridad de Cristo quien es el Verbo encarnado, y de las Escrituras que son la Palabra escrita. La iglesia es la familia de Dios, adoptada por Él como hijos e hijas, sus miembros viven por acabo del nuevo pacto. La iglesia es la novia por quien Cristo murió con tal de santificarla y limpiarla. En Su regreso triunfante, Él la presentara a Sí mismo una gloriosa iglesia, los fieles de todas las edades, la compra de Su sangre, no teniendo falla o arruga, sino que santa y sin mancha.
La iglesia universal es compuesta de todos aquellos quienes verdaderamente creen en Cristo. En los últimos días cuando la apostasía se ha generalizado de tal manera, un remanente ha sido llamado fuera para guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Este remanente anuncia la llegada de la hora del juicio, proclama la salvación por medio de Cristo, y da voz del pronto advenimiento de Él. Esta proclamación es simbolizada por los tres ángeles de Apocalipsis 14. Coincide con el juicio investigador en el cielo y produce una obra de arrepentimiento y reforma en la tierra. Todo creyente es llamado a tener una parte personal en esta testificación mundial.
La iglesia es un cuerpo con muchos miembros, llamados de toda nación, tribu, lengua, y pueblo. En Cristo somos una nueva criatura, sin distinciones de raza, cultura, educación, y nacionalidad, sin diferencias entre alto y bajo, rico y pobre, hombre y mujer, no debe haber división entre nosotros. Somos todos iguales en Cristo, quien por un solo Espíritu nos ha enlazado en compañerismo con Él y los unos con los otros. Estamos para servir y ser servidos sin parcialidad o reservas. Por medio de la revelación de Cristo Jesús en las Escrituras compartimos la misma fe y esperanza, y unidos damos un mismo testimonio al mundo. Esta unidad tiene su fuente en la perfecta unión de los miembros de la Deidad, que nos han adoptado como sus hijos.
Con el bautismo confesamos nuestra fe en la muerte y resurrección de Cristo Jesús, y testificamos de nuestra muerte al pecado y de nuestra intención de caminar en una vida nueva. Así reconocemos a Cristo como Señor y Salvador, nos convertimos en sus criaturas, y somos recibidos como miembros en Su iglesia. El bautismo es símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados, y de nuestra recepción del Espíritu Santo. Es por inmersión en agua y dependiente de una afirmación de la fe en Jesús y un arrepentimiento de pecados evidente. Sigue la instrucción en las Santas Escrituras y aceptación en sus enseñanzas.
La Cena del Señor es una participación en los emblemas del cuerpo y sangre de Jesús como expresión de fe en Él, nuestro Señor y Salvador. En esta experiencia de comunión Cristo está presente para reunirse y fortificar a los suyos. Al tomar parte alegremente proclamamos la muerte del Señor hasta Su próxima venida. La preparación para la Santa Cena incluye un examen de conciencia, el arrepentimiento, y la confesión. El Maestro ordenó el servicio del rito de humildad para significar renovación de nuestra purificación, para expresar una buena voluntad en servirse uno al otro en humildad semejante a la de Él, y para unir nuestros corazones en amor. El servicio de comunión es abierto a todo creyente cristiano.
Dios otorga a cada miembro de Su iglesia en cada época dones espirituales que han de utilizados en ministerio amoroso para el beneficio de la iglesia y la humanidad. Dados por medio del Espíritu Santo quien proporciona a cada miembro como sea Su voluntad. Los dones proveen toda habilidad y ministerios necesitados por la iglesia para cumplir sus divinamente ordenadas funciones. De acuerdo a las Escrituras, estos dones incluyen tales ministerios como la fe, sanidad, profecía, predicación, enseñanza, administración, reconciliación, compasión, servicio en sacrificio propio, y caridad para ayudar y animar a la gente.
Unos miembros son llamados por Dios y dotados por el Espíritu para funciones reconocidas por la iglesia para ejercer el ministerio pastoral, el de evangelismo, el apostolado, y la enseñanza, funciones particularmente necesarias para equipar a los miembros para el servicio, para conducir la iglesia a la madurez espiritual, y para fomentar la unidad de la fe y del conocimiento de Dios. Cuando los miembros emplean estos dones espirituales como fieles mayordomos de la gracia variada de Dios, la iglesia es protegida de la influencia destructiva de la falsa doctrina, crece con una ayuda que es de Dios, y en fe y amor.
Uno de los dones del Espíritu Santo es la profecía. Este don es una marca identificadora de la iglesia remanente y fue manifestada en el ministerio de Elena G. de White. Como la mensajera de Dios, sus escritos son fuente continua y autorizada de la verdad la cual provee para la iglesia consuelo, dirección, instrucción, y corrección. También hacen claro que la Biblia es el único estandarte por la cual toda enseñanza y experiencia debe ser probada.
Los grandes principios de la ley de Dios son incorporados en los Diez Mandamientos y ejemplificados en la vida de Cristo. Ellos expresan el amor de Dios, su voluntad, y propósitos concernientes a la conducta humana y sus relaciones, son obligatorios para toda persona en cada época. Estos preceptos son la base del pacto de Dios con su pueblo y son el estandarte en los juicios de Dios. Por medio de la obra del Espíritu Santo estos señalan el pecado y despiertan el sentido de necesidad de un Salvador.
La salvación es completamente por gracia y no por obras, pero sus frutos es la obediencia a los Mandamientos. Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y produce la sensación de bienestar. Es una evidencia de nuestro amor por el Señor y de nuestra preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder de Cristo para transformar vidas y para fortalecer la testificación cristiana.
El Creador benéfico, después de los seis días de la creación, descansó el séptimo día e instituyó el sábado para toda persona como memorial de la creación. El cuarto mandamiento de la incambiable ley de Dios requiere la observancia del séptimo día, Sábado, como día de descanso, alabanza, y ministerio en armonía con la enseñanza y observancia de Jesús, el Señor del Sábado. El Sábado es un día de comunión deleitosa con Dios y de unos con otros. Es un símbolo de nuestra redención en Cristo, una señal de nuestra santificación, una prenda de nuestra fidelidad, y un goce anticipado de nuestro eterno futuro en el reino de Dios. El Sábado es señal perpetua del pacto eterno de Dios con su pueblo. La observancia gozosa de este tiempo santo de tarde a tarde, de puesta a puesta de sol, es celebración de la obra creadora y redentora de Dios.
Somos los mayordomos de Dios a quienes Él ha confiado tiempo y oportunidades, habilidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus recursos. Somos responsables ante Él por su uso apropiado. Reconocemos que Él es dueño por medio de nuestro servicio fiel a Él y a nuestro prójimo, y por la devolución del diezmo y dando ofrendas para la proclamación de su Evangelio, y el sostén y crecimiento de su Iglesia. La mayordomía es un privilegio dado por Dios para nutrirnos en amor y para la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo se regocija con las bendiciones que otros reciben como resultado de su fidelidad.
Somos llamados a ser personas devotas quienes piensan, sienten, y actúan en armonía con los principios celestiales. Para que el Espíritu pueda recrearnos en el carácter de nuestro Señor debemos envolvernos en esas cosas que producirán la pureza, salud, y gozo cristiano en nuestras vidas. Esto significa que nuestro recreo y entretenimiento debe de cumplir los estandartes más altos del paladar y la belleza cristiana. Mientras reconocemos las diferencias culturales nuestra vestimenta ha de ser simple, modesta, y primorosa, conveniente de cuales la verdadera belleza no consiste de un adorno superficial sino en la ornamentación imperecedera de un espíritu manso y quieto. Esto también significa que porque nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo debemos de cuidarlos sabiamente.
Junto con ejercicio y descanso adecuado debemos de adoptar la dieta más saludable posible y abstener de comidas inmundas identificadas en las Escrituras. Ya que las bebidas alcohólicas, el tabaco, y el abuso de las drogas y narcóticos son dañinas a nuestros cuerpos debemos abstener de ellas también. En cambio debemos ocuparnos en todo lo que traiga a nuestras mentes y cuerpos a la disciplina de Cristo quien desea nuestro gozo y bienestar.
El matrimonio fue divinamente establecido en el Edén y confirmado por Jesús como unión para toda la vida en compañerismo amoroso de un hombre y una mujer. Para el cristiano el compromiso de matrimonio es tanto ante Dios como ante el cónyuge, y debería realizarse entre parejas que comparten la misma fe. El mutuo amor, la honra, el respeto, y la responsabilidad son la fábrica de esta relación la cual ha de reflejar el amor, la santidad, intimidad, y permanencia de la relación entre Cristo y su iglesia. Sobre el divorcio, Jesús enseño que la persona que se divorcia de su cónyuge para casarse con otro, excepto en caso de fornicación, comete adulterio.
Aunque algunas relaciones familiares pueden estar lejos de lo ideal, los matrimonios que se entregan completamente uno al otro en Cristo pueden realizar una unidad amorosa por medio de la dirección del Espíritu y la educación de la iglesia. Dios bendice a la familia y intenta que su membrecia asista el uno al otro hacia la madurez completa. Los padres han de criar a sus hijos para amar y obedecer al Señor.
Por su ejemplo y sus palabras ellos han de enseñarles que Cristo es un disciplinario amoroso, siempre haciendo y cuidando, quien quiere que ellos sean miembros de su cuerpo, la familia de Dios. Aumentando la cercanía familiar es un distintivo de este mensaje evangelístico final.
Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo el cual el Señor levantó y no el hombre. En él Cristo intercede por nuestra parte haciendo disponible a todos los creyentes el beneficio de su sacrificio expiatorio ofrecido por todos en la cruz. Fue investido como nuestro sumo sacerdote y comenzó su ministerio de intercesión en el momento de su ascensión. En 1844 al final de los 2.300 días proféticos, inició la segunda y última fase de su ministerio de expiación. Esta es una obra del juicio investigador que forma parte del desenlace definitivo de todos los pecados, tipificado por la purificación en el antiguo santuario hebreo en el día de las expiaciones. En ese típico servicio el santuario era lavado con la sangre de los animales sacrificados, pero lo celestial es purificado con el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador revela a los seres celestiales quienes de los que duermen con los muertos son de Cristo y así en Él, son juzgados dignos de tener parte en la primera resurrección.
También manifiesta quienes de los vivos cumplen con Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Así en Él están preparados para el traslado a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar los que creen en Jesús. Declara que aquellos quienes han permanecido fieles a Dios recibirán el reino celestial. La realización del ministerio de Cristo marcará el cierre del tiempo de gracia para el hombre y señala la Segunda Venida.
La segunda venida de Cristo es la esperanza bendita de la iglesia, el gran clímax del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible, y mundial. Cuando Él regrese, los muertos justos serán resucitados y juntos con los vivos justos serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos vivos morirán. El cumplimiento casi completo de la mayor parte de las profecías junto con la condición hoy día del mundo, indican que la venida de Cristo es inminente. La hora y el tiempo de ese evento no han sido revelados pero somos exhortados a estar listos a todo tiempo.
La paga del pecado es muerte. Pero Dios quien sólo posee inmortalidad, concederá vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte es un estado de inconsciencia para toda persona. Cuando Cristo, nuestra vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados y arrebatados para encontrarse con su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, tendrá lugar mil años después.
El milenio es el reinado por mil años de Cristo y los redimidos en el cielo, entre la primera y la segunda resurrección. Durante este tiempo, los impíos serán juzgados. La tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos, siendo ocupada por Satanás y sus ángeles. Al cierre Cristo y sus santos y la santa ciudad descenderá del cielo a la tierra. Los impíos muertos serán entonces resucitados y junto con Satanás y sus ángeles rodearán la ciudad, pero el fuego de Dios los consumirá, purificando la tierra. El universo así será librado del pecado y los impíos para siempre.
En la tierra nueva en la cual los justos vivirán, Dios proveerá un hogar eterno para los redimidos y un perfecto ambiente adecuado para la vida eterna y al desarrollo del amor, el gozo, y el conocimiento en su presencia. Aquí Dios mismo morará con su pueblo, dolor y muerte no habrá más. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no será más. Todas las cosas vivientes e inanimadas proclamarán que Dios es amor y Él reinará para siempre. Amén.