El Divorcio Divino
{ Por Steve Wohlbertg }
“Entonces se le acercó Pedro, y le preguntó: ‘Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?’ Respondió Jesús: ‘No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete’” (Mateo 18:21, 22). Jesús siempre escogió sus palabras cuidadosamente. Su respuesta a Pedro contiene una lección importante. “Setenta veces siete” es igual a 490, !lo cual es una referencia perfecta a la profecía de las setenta semanas de Daniel 9¡
El período de las 70 semanas en Daniel 9:24-27 representaba una segunda oportunidad para que la nación escogida demostrara su fidelidad a Dios. El primer templo de Israel había sido destruido y sus hijos habían sido llevados a Babilonia porque la nación había rechazado las advertencias de Dios a través de sus profetas. Aun así, con amor y misericordia divina, una nueva oportunidad le sería dada para que llegara a estar en armonía con Dios. Israel regresó a su tierra y construyó un segundo templo. Aunque había pecado “siete veces”, el perdón de Dios hacia la nación fue extendido hasta “Setenta veces siete”. Cerca del cierre de este período, Alguien mayor que los profetas vendría. Luego el destino de Israel como nación sería determinado a través de su respuesta al Hijo de Dios.
Cerca del fin de la vida de Jesucristo en la tierra, él contempló Jerusalén y “dijo llorando: ¡Oh, si al menos conocieras en este día, lo que toca a tu paz! Pero ahora está encubierto de tus ojos. Vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te cercarán con baluarte, te sitiarán, y de todas partes te estrecharán. Te derribarán a tierra a ti, y a tus hijos que estén dentro de ti. Y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Lucas 19:41-44).
Cuando Jesús habló con Pedro acerca de la extensión del perdón “hasta setenta veces siete”, sabía que las setenta semanas terminarían pronto. El conocía el significado de esta profecía para Israel como nación, para Jerusalén y para el segundo templo. Los capítulos 21-23 de Mateo revelan el triste, último y explosivo encuentro entre Jesucristo y los líderes de su pueblo escogido. Es ahora el momento de ver el verdadero significado de esos encuentros.
Durante la semana anterior a su crucifixión, “Jesús entró en el templo de Dios, y echó a todos los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas. Y les dijo: ‘Escrito está: Mi casa, será llamada casa de oración. Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones’” (Mateo 21:12, 13). Todavía en este momento, Jesús llamaba al segundo templo “Mi casa”. Pero el cambio estaba por llegar.
“Por la mañana, cuando Jesús volvía a la ciudad, sintió hambre. Vio una higuera junto al camino, y se acercó. Pero encontró sólo hojas en ella, y le dijo: ‘Nunca más nazca fruto de ti’. Y al instante la higuera se secó” (versículos 18, 19). Aquí la higuera era un símbolo de la nación judía. La cuenta regresiva de los “Setenta veces siete” estaba por terminar.
“Cuando Jesús vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo, se acercaron mientras enseñaba” (versículo 23). El plan de ellos era exponer a Cristo como un falso Mesías y luego darle muerte. Jesús dijo a esos líderes una parábola que detallaba toda la historia de Israel. “Un propietario [Dios] plantó una viña [Israel], y la rodeó de una cerca [el amor de Dios]. Cavó en ella un lagar, edificó una torre [el templo], la arrendó a unos labradores [los líderes judíos], y se fue lejos. Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos [los profetas] a los labradores, para recibir su fruto. Pero los labradores tomaron a los siervos, y a uno lo hirieron, al otro lo mataron, y al otro lo apedrearon. El dueño envió a otros siervos, en mayor número que los primeros [la misericordia continúa]. E hicieron lo mismo con ellos. Al fin envió a su hijo [al final de ‘setenta veces siete”], pensando: ‘Respetarán a mi hijo’. Pero al ver al hijo, los labradores dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Matémosle, y quedaremos con la herencia’. Así, lo echaron fuera de la viña, y lo mataron [su pecado final]” (versículos 33-39; énfasis por el autor).
Entonces Jesús preguntó a los líderes: “Cuando venga el señor de la viña, ¿Qué hará a esos labradores? Respondieron: ‘Matará sin compasión a esos malvados, y rentará su viña a otros labradores que paguen el fruto a su tiempo’” (versículos 40, 41). ¿Se habrán dado cuenta de lo que estaban diciendo? ¡Difícilmente! ¡Acababan de predecir su propia destrucción! Mirando a sus asesinos directamente a los ojos, tristemente Jesús declaró en palabras de verdad ardiente: “Por tanto, os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que rinda su fruto” (versículo 43). El Maestro mismo lo dijo. El reino de Dios sería “quitado” a un incrédulo Israel en la carne y dado a otra “nación”. ¿Por qué? Por su pecado final de crucificar al “Hijo” (versículos 38, 39).
En su siguiente parábola, Jesús bosquejó la misma secuencia histórica pero agregó detalles acerca de la destrucción de Jerusalén y del llamado a los gentiles. “El reino de los cielos es semejante a un rey, que preparó el banquete de boda para su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda. Pero no quisieron venir. Volvió a enviar a otros siervos, con el encargo de decir a los invitados: ‘La comida está preparada, los toros y los animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto. Venid a la boda’. Pero ellos no le hicieron caso. Se fueron, uno a su labranza, otro a sus negocios, y otros, echaron mano de los siervos, los afrentaron y mataron. Al oír esto, el rey se enojó. Envió su ejército, mató a esos homicidas, y quemó su ciudad” (Mateo 22:2-7). Esto tuvo lugar literalmente cuando Jerusalén y el segundo templo fueron destruidos por los romanos en el año 70 d. C. La profecía de Daniel, que dice “el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá a la ciudad y el Santuario” (Daniel 9:26), fue cumplida. Continuando con la parábola, Jesús dijo, “Entonces dijo a sus siervos: ‘A la verdad el banquete está preparado, pero los convidados no eran dignos. ‘Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad al banquete a cuantos halléis’” (Mateo 22:8, 9). De esta forma Jesús representó el llamado a los gentiles al final de las setenta semanas.
Mateo 23 contiene las palabras finales que con lágrimas y agonía el Salvador dijera a su pueblo escogido. Ocho veces durante su último intercambio de palabras con los líderes de Israel dijo: “!Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas¡” Finalmente, con un corazón quebrantado, el Hijo del Dios infinito declaró: “!Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos bajo sus alas! Y no quisiste. Vuestra casa os queda desierta” (Mateo 23:37, 38). Esta vez Dios no estaba diciendo: “Fallaron. Intentemos nuevamente”. La decisión de Israel de crucificar a Cristo tendría consecuencias permanentes. El resultado fue una separación abrumadora -un doloroso divorcio divino.
“Cuando Jesús salía del templo (para nunca más regresar), se acercaron sus discípulos y le señalaron los edificios del templo. Y él respondió: ‘¿Veis todo esto? Os aseguro que no quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada’” (Mateo 24:1, 2). En el año 70 d. C., el segundo templo fue destruido por los romanos, y más de un millón de judíos murieron. Este fue el terrible resultado de ese divino divorcio. Hoy en día, la Cúpula sobre la Roca Musulmana descansa sobre el Templo del Monte. ¿Habrá un tercer templo?
De acuerdo a Daniel 9:24-27 y las enseñanzas de Jesucristo, la profecía de “setenta veces siete” representaba los límites del perdón nacional para el pueblo judío -como nación. ¿Qué pasará después? Un nuevo día vendría. Era el tiempo de que la muralla cayera.
Cortesía de Miguel Cabán
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