El suicida, ¿Se salva o se pierde?
{ por Rafael Montesinos }
Me ha tocado ministrar a familiares de personas cristianas que se suicidaron. En muchas ocasiones, estas personas fueron cristianos honorables. Se suicidaron luego de perder un ser querido por separación o por muerte y en otras ocasiones luego de pasar por una situación de crisis profunda. Muchos no pueden entender el hecho que un cristiano se suicide. Entonces no faltó quién condenara al difunto al lago de fuego sin consideración alguna por los familiares. Muchos no pueden ofrecen palabras de consuelo y probablemente no saben que decir.
Este escrito tiene como objetivo crear conciencia en aquellos que son prontos para juzgar, fomentar el entendimiento de los procesos que pueden ser conducentes al suicidio. Además, fomentar la idea que no siempre el suicidio es el producto de nuestros actos pecaminosos, sino de una crisis que no se supo manejar por la falta de ayuda en dicha crisis.
En la Biblia encontramos varios casos de personas que se quitaron la vida. Ahitofel, quién fue consejero del rey David (2 Samuel 15:12) conspiró contra el rey y se unió a la revuelta de Absalón contra el rey David (vers. 31). Ahitofel le propuso un plan a Absalón para acabar con la vida del rey David (2 Samuel 17:1-4). Absalón no siguió su consejo y prefirió seguir el consejo de Husay (vers. 6-17). Cuando Ahitofel vio que no se había seguido su consejo se fue a su casa, se ahorcó y así murió (vers. 23).
El rey Saul, al verse derrotado por los filisteos se echó sobre su espada al igual que su escudero (1 Samuel 31:4,5). El Espíritu de Jehová se había apartado del rey Saul (1 Samuel 16:14). y ya no gozaba del favor de Dios (1 Samuel 15:23).
Judas, luego de traicionar a su maestro y venderlo por treinta piezas de plata fue y se ahorcó (Mateo 27:5).
Estos tres casos son un claro ejemplo de como las acciones pecaminosas pueden llevar a una persona al suicidio. "Muchos que han seguido su propia voluntad no santificada buscarán terminar sus improductivas vidas mediante el suicidio." (Testimonies to Ministers and Gospel Workers, pág. 456) Estos tres casos ilustran como el pecado y la rebelión contra Dios conducen a la muerte. Estos actos suicidas son inexcusables ante el tribunal de Cristo.
Sansón se quitó la vida en un acto de venganza contra los filisteos (Jueces 16:28). Dijo "Muera yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella..." (Jueces 16:30). En su humillación y sufrimiento Sansón reconoció su debilidad como nunca antes en su vida, y sus aflicciones le condujeron al arrepentimiento (Jueces 16:28 - Patriarchs and Prophets, pág. 566). Aunque arrepentido, Sansón se quitó la vida y ese es un hecho que no se puede obviar. Pero lo cierto es que el nombre de Sansón aparece en la lista de los hombres y mujeres de fe en Hebreos 11:32. De Sansón y de los otros en esa lista se dice lo siguiente: "Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; porque Dios había provisto para nosotros algo mejor, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros" (Hebreos 11:39,40). A diferencia de Ahitofel, Saul y Judas, Sansón resucitará en la primera resurrección cuando Cristo venga. El será perfeccionado con el pueblo de Dios.
¿Qué pasa por la mente de la persona antes de suicidarse? ¿Qué les motiva a tomar tan drástica medida? ¿Qué elementos pueden conducir una persona al suicidio, además de su pecaminosidad? Estas preguntas debieran ser consideradas antes de emitir juicio sobre el futuro que depara a quién se suicida. Algunos son prontos a juzgar y a condenar a estas personas sin consideración alguna. La historia de Sansón demuestra que no todos los suicidas se pierden. Con este planteamiento no se está justificando el suicidio. Por el contrario, ninguna persona en su sano juicio recurre a tal medida.
Hay veces que no son las acciones pecaminosas las que llevan a muchos a suicidarse. Una persona bajo una condición depresiva en extremo no razona adecuadamente y su juicio puede ser afectado negativamente por la tensión creada por la depresión, los problemas, la muerte de un ser querido o la ruptura de un noviazgo o un matrimonio.
Según el Dr. Arévalo Flores, crisis es "la interpretación de un evento o situación como una dificultad intolerable, que sobrepasa los recursos y los mecanismos de afrontamiento de una persona. A menudo no es el evento por sí mismo lo que causa la crisis, sino que es la percepción del evento por parte del paciente. Las personas que son incapaces de utilizar estrategias de afronte adecuadas pueden desarrollar manifestaciones afectivas, conductuales, cognitivas o físicas." (Intervención en Crisis, Martín Arévalo Flores, Médico del Servicio de Neuro-Psiquiatría del Hospital Nacional Cayetano Heredia )
Una persona envuelta en una crisis profunda tiene dificultad para utilizar los mecanismos para afrontar la situación que le aqueja. Por lo tanto, es imperativo identificar a estas personas en crisis y proveerles la ayuda necesaria. Muchas de estas personas afrontan sus crisis a solas y sin ayuda alguna. Su juicio es afectado de tal forma que quedan imbuidos en su crisis y no ven más allá. Ni siquiera pueden ver a Dios en esos momentos. ¿Tomará Dios en cuenta la acción de una persona que no está en su sano juicio a la hora de emitir su justo juicio?
No debieramos ser prontos a juzgar a quién se suicida sin conocer las causas. Muchas veces estas personas se suicidaron bajo una intensa tensión producida por la depresión y tomaron esta desición repentina sin estar en su sano juicio. Dios es nuestro creador y el conoce todas nuestras luchas y todos nuestros problemas. El sabe como la crisis afecta al ser humano. Por lo tanto, el juicio pertenece a Dios. No se debiera juzgar a una persona por un acto incorrecto. "El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecuten, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria." (El Camino a Cristo, pág. 58)
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios." (2 Corintios 1:3,4)